Batalla de Chacabuco

En las postrimerías del año 1815, la causa hispanoamericana se encontraba en un apurado trance. El virrey del Perú había logrado imponerse sobre los revolucionarios de Quito, del Alto Perú y de Chile, lo que acusaba el fracaso de los esfuerzos aislados de las diversas secciones del continente. El coronel D. José de San Martín comprendió que la independencia de Argentina, su patria, sería ilusoria mientras no fuese derribado el fuerte bastión realista del Perú. Para tal efecto el territorio chileno, a diferencia del Alto Perú, presentaba las mayores ventajas para la operación en proyecto.

Al mismo tiempo, en Chile, los vencidos de Rancagua emigraron a Mendoza en busca de ayuda en armas y soldados, dispuestos a regresar más tarde al terruño querido y liberarlo, para siempre, del dominio peninsular. El intendente de Cuyo, General don José de San Martín, que había concebido el plan de derrotar el poderío del virrey del Perú, mediante una expedición chileno-argentina, por la vía marítima hacia Lima, mostróse especialmente complacido con la llegada de los emigrados de Chile, por el aporte que ello significaba a la puesta en marcha de su plan de operaciones. Al cabo de dos años de una actividad enorme y de sacrificios indecibles, siempre bajo la atenta orientación de O’Higgins y San Martín, el Ejército de Los Andes estuvo listo para operar en los primeros días de 1817.

Terminada la organización del Ejército y resuelta la travesía de Los Andes, habría de ceñirse ésta al siguiente plan: el grueso (divisiones O’Higgins y Soler) cruzaría el macizo andino por Los Patos, para caer sobre Putaendo; la división Las Heras lo haría por Uspallata, a fin de desembocar en Santa Rosa de Los Andes. Ambas agrupaciones debían contar con la fuerza suficiente para rechazar a las fracciones que resguardaban los pasos o que pudiera Marcó del Pont, Presidente de Chile, despachar contra alguna de ellas y sincronizar su avance de tal manera de alcanzar, al mismo tiempo, el valle de Aconcagua y ocupar San Felipe y Los Andes. Otra fracción, a las órdenes del Teniente Coronel D., Ramón Freire, penetraría por el boquete de Planchón, con 80 infantes, 25 granaderos a caballo y una columna de tropas regulares de emigrados chilenos. Su misión consistía en ratardar o impedir el retiro de las fuerzas realistas (unos 1.400 hombres), distribuidas entre Curicó y San Fernando, que Marcó del Pont había destacado allí para combatir a los guerrilleros patriotas. El plan contemplaba, por último, el envío de fracciones menores por el Portillo, Coquimbo y Copiapó.

Estando San Martín y O’Higgins en Mendoza, previo a esta decisiva batalla, al otro lado de la cordillera, necesitaban disponer de un enlace con los elementos patriotas que se mantenían en Chile. Esta búsqueda de información, indispensable a toda operación, fue desarrollada eficazmente por Manuel Rodríguez y otros valientes. La ola de falsos rumores e informaciones alarmantes propaladas por ellos, llevaron la incertidumbre a los jefes realistas, quienes dispersaron sus fuerzas entre Santiago y Talca.

Por su parte, el General Freire debió realizar una maniobra de distracción estratégica, con lo que consiguió amarrar a fuerzas realistas que no pudieron acudir a la acción principal. Finalmente, el plan propiamente tal de la travesía del Ejército de los Andes, se realizó en dos columnas de efectivos desiguales: la más importante por el camino de los Patos y la columna secundaria, por el camino de Uspallata; las dos debían reunirse en el valle del Aconcagua, mientras efectivos menores dispersaban las fuerzas enemigas, induciéndolas a engaño respecto del avance de la agrupación principal.

Después de reunirse las fuerzas de Las Heras, de O’Higgins y de Soler en el Campamento de Curimón, el 8 de febrero y, ante las noticias del avance del jefe realista, Coronel Rafael Maroto, hacia las casas de Chacabuco, San Martín ordenó el avance patriota a las 02:00 horas del día 12, encabezado por la I División de Soler.

Por su parte, O’Higgins avanzó por la cuesta vieja, en dos columnas, arrollando a los adelantados realistas. Pero debido a que el mando no había enviado elementos de exploración y reconocimiento, O’Higgins se encontró a boca de jarro con el grueso del Ejército realista. Debió decidir rápidamente el avance hacia el cerro Los Halcones y desplegar allí sus fuerzas. Al mismo tiempo despachó un estafeta para que informara de su situación al General San Martín.

Eran las 11:45 horas, hacía un calor insoportable, carecía de Artillería y no divisaba ni a San Martín ni a Soler. En esta situación adversa, que se tornaba insostenible, O’Higgins, aconsejado por el Comandante Cramer, antiguo oficial de los Ejércitos de Napoleón, ordenó a la Infantería cargar a la bayoneta, apoyada por la Caballería del Coronel Zapiola. La decisión del héroe chileno y sus hombres, logró romper el cerco del enemigo, acción que fue finalizada por la División Soler, que había arribado a las 13:30 horas al campo de batalla.

Eran ya pasadas las 2 de la tarde, y la victoria había coronado los esfuerzos de las tropas de la Patria. De los 1.400 hombres del Ejército realista, 500 quedaron tendidos sin vida en el campo de batalla y 600, prisioneros de los patriotas. Alcanzaron 130 a dirigirse a Santiago, y 170 se dispersaron por los cerros. Los nacionales tuvieron un oficial muerto, 10 heridos, 10 soldados muertos y 89 heridos.

La victoria patriota fue de una importancia trascendental. El camino hacia la independencia definitiva, se mostraba cada vez más cercano, al paso que Bernardo O’Higgins, Director Supremo de nuestra naciente patria, formaba el nuevo Ejército Nacional, que afianzaría definitivamente la libertad. Tampoco perdió de vista la idea de crear una escuadra que dominara el Pacífico Sur y que llevara la independencia al Perú. Su visión geopolítica y su espíritu americanista, mostráronse entonces, como se ve, en toda su magnificencia y esplendor.

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